(El presente artículo apareció en el periódico Heraldo de Aragón el 11 de Abril de 2012. Existe autorización expresa de los autores para su publicación en este formato)
Es frecuente encontrar en las noticias referencias a la palabra “mediación”. Una persona de cierta relevancia se erige como mediador en un conflicto, o una de las partes lo convoca a mediar sin contar con la otra. Es habitual referirse a la mediación donde se asesora a consumidores, que con o sin razón tienen una disputa tras la adquisición de un bien o servicio, algo más próximo al arbitraje. También la asesoría legal pasa a llamarse mediación.
Debemos reconocer que el concepto de mediación como servicio es complejo. Y como todo servicio es intangible, y difícil de comunicar su utilidad y conveniencia. En el horizonte de la mediación para la gestión de conflictos, observamos que parte de los conflictos se gestionan, nunca llegan a resolverse realmente. Una acertada gestión hace que se pueda vivir en armonía con esas diferencias, que se sobrellevaran o toleraran mediante acuerdos, pactos, normas, costumbres, leyes, etc. La mediación se pretende presentar desde lo políticamente correcto, dentro de la educación y cultura de paz: algo inapropiado e infundado, que origina gran perjuicio a la mediación al darle cierto aire carente de profesionalidad.
La principal diferencia del ser humano con el resto de seres vivos está la capacidad del hombre para comunicarse estableciendo un dialogo. Esta capacidad permite salvar las diferencias hablando. En ocasiones es necesaria la ayuda de un tercero, con experiencia y formación vinculadas a la negociación, que ayudará a restablecer la comunicación. Las decisiones y acuerdos van a ser de las partes en litigio, no del mediador. El mediador solo recoge en un documento final, lo indicado y refrendado por las partes. Lógicamente la primera premisa de la intervención mediadora parte del acuerdo de partes en su designación (en conflictos sociales resulta común presentar una de las partes a alguien como mediador e iniciar unilateralmente un proceso de mediación sin el reconocimiento explícito de la otra parte en litigio, ejemplo el caso de ETA: eso no es mediación).
No es fruto de mediación un acuerdo que propone un abogado a las dos partes. Con el fin de reducir la factura para captar más clientes, con el pretexto de evitar juicio y un enfrentamiento de partes. Eso es un pacto que a medio o corto plazo genera los conflictos que se han escondido. En la mediación, en rupturas matrimoniales por ejemplo, hay un mediador y dos abogados que asesoran el interés de cada parte. No se puede, ni debe, ser: abogado, juez, mediador y representar las dos partes a la vez.
Finalmente añadir que la mediación no solo trabaja en el conflicto existente, ayudando a reconducir posturas y actitudes. Busca siempre restablecer el hábito de arreglar las diferencias de modo constructivo. Intenta rescatar el diálogo como medio habitual para superar diferencias. El mediador dedica su esfuerzo a rehacer puentes para la comunicación. Algo que en plena revolución de las nuevas Tecnologías de la Comunicación y de la Información puede parecer un contrasentido. A pesar de esos avances, el ser humano cada vez se encuentra más solo. El mejor antídoto es recuperar la tertulia familiar tras las comidas (la sobremesa), las tertulias de amigos, las tardes hablando en torno a la mesa camilla,… En la educación de nuestros hijos debemos incluir enseñar a expresar los sentimientos y emociones de manera correcta para ayudar y fomentar el diálogo, que empieza siempre con una escucha atenta. Debemos concluir que la mediación y el dialogo no son métodos alternativos de resolución de conflictos, son los recursos naturales y normales que se deben utilizar en un principio. Lo extraordinario y alternativo es la imposición de soluciones.
Narciso Lozano y Luis Vilas, son Sociólogos del Centro de Sociología del Conflicto y Estudio de las Relaciones (CESCER).