En el desayuno sabatino con mi amigo Mario hoy estuvimos hablando de su sobrino nieto.
Javier (nombre ficticio, porque no le gusta mucho prodigarse por las redes sociales) es un chaval de veintiséis años, recién graduado en ingeniería y con un máster. Hace poco entró en una gran empresa, de las llamadas multinacionales, aunque es de fundación española.
Me comenta que su sobrino nieto está como “un pulpo en un garaje”, entre que es su primer trabajo, y sus jefes inmediatos “pasan un poquito de él”, no tienen formación en la empresa, simplemente durante un par de días lo acompañaron para explicarle algo y a “currar”.
Pero el problema que tiene no solo deriva de esto, si no que no acaba de entender al jefe supremo (el CEO). El primer día le soltó la frase que corona este mensaje: tenéis (porque eran tres nuevos) la puerta de mi despacho abierta para lo que queráis…
Cuando se encontró solo para resolver una situación y sus jefes inmediatos no estaban a mano, se acercó a la puerta, y … ¿qué creéis que pasó? Pues eso, no estaba abierta, lo mandó a escaparrar.
Yo ya sé que los grandes jefes no van a andar todo él día pasillo arriba, pasillo abajo… y con la puerta abierta de par en par, solucionando todas las pequeñas cuestiones. Ya sé que a veces tendrán que encerrarse para poder reflexionar sobre algo importante. Pero cuidado con las palabras que las carga el diablo.
Como le dije a mi amigo Mario, independientemente de la situación que viva su sobrino nieto, la responsabilidad de manejar este tipo de situaciones también es de los CEO (menuda palabreja), y de los mensajes incongruentes entre lo verbal y lo no verbal.
Y hay cosas que pueden pasar desapercibidas, pero no debemos olvidar que el lenguaje no verbal es mucho “mas potente” que el verbal, hoy comparto una imagen aparentemente trivial pero que tiene mucho para meditar.
Buen trabajo, y a la espera del día de Reyes