«¿Qué harías hoy si supieras que no puedes fallar?» Esta pregunta, que parece simple, encierra uno de los mayores miedos que enfrentan los adolescentes: el miedo al fracaso.
Como padres, a menudo queremos que nuestros hijos e hijas sean valientes, que enfrenten la vida con seguridad y que no se dejen vencer por las dificultades. Sin embargo, lo que muchas veces no vemos es que detrás de su aparente desinterés, de su perfeccionismo o de su negativa a intentar ciertas cosas, se esconde un profundo temor a equivocarse.
El miedo a fallar: una barrera invisible
Imaginemos una conversación entre dos amigos adolescentes:
Amigo 1: «No sé si presentarme a la prueba. ¿Y si no paso?»
Amigo 2: «Bueno, pero si no lo intentas, seguro que no pasas.»
Amigo 1: «Ya, pero si lo intento y fallo, todo el mundo verá que no soy tan bueno como creen.»
Amigo 2: «¿Y qué pasa si fallas? No es el fin del mundo.»
Amigo 1: «Para ti es fácil decirlo, pero yo no quiero quedar como un fracaso.»
Este diálogo refleja un pensamiento muy común en los adolescentes: el miedo a fallar no es solo miedo a equivocarse, sino miedo a lo que esa equivocación significa para ellos y para los demás.
¿Por qué los adolescentes tienen tanto miedo a fallar?
La adolescencia es una etapa de construcción de identidad. En este proceso, la validación externa —lo que los demás piensan de ellos— tiene un peso enorme. Fallar puede sentirse como una amenaza directa a su autoestima y a su aceptación social.
Algunas razones por las que el miedo al fracaso se hace tan presente en esta etapa son:
- Presión social y comparaciones constantes. En la era de las redes sociales, los adolescentes ven solo los éxitos de los demás y rara vez los fracasos, lo que los hace sentir que deben estar a la altura de estándares poco realistas.
- Expectativas elevadas. Ya sea por parte de la escuela, los padres o incluso ellos mismos, muchos adolescentes sienten que deben destacar siempre.
- Perfeccionismo. Algunos prefieren no intentarlo antes que hacer algo y no lograrlo de manera «perfecta».
- Miedo a la decepción. No quieren defraudar a sus padres, profesores o amigos.
¿Cómo pueden ayudar los padres?
1. Normalizar el error. Los adolescentes necesitan saber que fallar es parte del aprendizaje. Contarles experiencias propias donde fallaron y aprendieron puede ser muy útil.
2. Valorar el esfuerzo, no solo el resultado. En lugar de enfocarse solo en el éxito final, es importante reconocer el trabajo y la dedicación. «Me encanta cómo te esforzaste en este proyecto» es más poderoso que «¡Qué buena nota sacaste!»
3. Enseñarles que su valor no depende de su desempeño. Un fallo en un examen, en un deporte o en una relación no define quiénes son. Recuérdales que son valiosos por lo que son, no solo por lo que logran.
4. Modelar una actitud sana ante el fracaso. Si como adultos reaccionamos con ansiedad o frustración cuando fallamos, ellos aprenderán a hacer lo mismo. En cambio, si mostramos que los errores son oportunidades de aprendizaje, ellos lo interiorizarán también.
Un reto para hoy
La próxima vez que hables con tu hijo o hija sobre un reto que le asuste, hazle esta pregunta: «¿Qué harías hoy si supieras que no puedes fallar?»
Escucha su respuesta con atención y, en lugar de presionarlo para que actúe sin miedo, ayúdalo a ver que el miedo es normal, pero que no debe ser un freno. El objetivo no es evitar el fracaso, sino aprender a convivir con él sin que nos paralice.
Porque al final, el mayor fracaso no es equivocarse, sino nunca haberlo intentado.