Hace unos días caminando por los desiertos pasillos de la facultad sonó un ruido que me hizo recordar cosas de mi niñez. Sé por experiencia que un sonido, un olor, un pensamiento, un sentimiento, etc. puede ser el disparador de algo. En este caso el disparador me llevó a una aldea pequeña a unos doce kilómetros de La Coruña cuando mi abuela materna me intentaba, sin mucho éxito he de reconocerlo, explicar como sonaba un carro de bois vacío y lleno.
Sí, uno de esos carros del país, del que hace un par de años en un camino rural me encontré frente a él en el coche con mis nietos y pude explicarles, que yo, su abuelo, había montado mucho en ellos. Los ojos de mi nieto mayor se abrieron como dos grandes ventanales, y un ¿de verdad abuelo? salió de su garganta como no dando crédito a lo que le estaba diciendo. Recordar a mis abuelos es recordar toda una experiencia de vida que me ha marcado profundamente. De mi otra abuela he recibido la experiencia del trabajo constante y flexible de las labores que realizaban “las mandaderas” en las casas “bien”.
De mis abuelos mantengo siempre la imagen de dos personas que aún en bandos opuestos en la última guerra civil me enseñaron el valor de la palabra empeñada en mantener sus ideas, en construir un mundo mejor, en creer en la idea de progreso, en un futuro, … Y de pronto mis pensamientos se cortaron al ver a una alumna de segundo con mascarilla, sentada en el suelo y apoyada en un banco, escuchando a una profesora, y tomando apuntes en su mac. No pude por menos que comentarle que era mejor que se fuese a la cafetería en la terraza que estaría más cómoda, … me miró, y creo que me sonrió, … “no nos dejan”, fue su respuesta.
«No nos dejan», se me quedó grabado como si me hubiesen metido una puñalada en el ánimo. Más tarde hablando con una de las alumnas a las que este curso dirijo el TFG comentamos algunas cosas del día y día, cuando de repente me dice: “Jo, Luis, me dan pena”… “¿Quiénes?”, “Mi hermana que está en segundo, sus amigos, sus compañeros. No van a vivir la Universidad”.
Y de pronto “el carro de bois” volvió a resonar, no sé si lleno o vacío”.
Los que tenemos cierta edad hemos vivido, hemos mamado de nuestros mayores. La idea del progreso, esa idea que siempre iremos hacia un futuro, y un futuro mejor, que nuestra generación va a ser mejor, va a tener mas, va … hacia una sociedad mejor y más justa; parece que se está truncando. Nuestros principios eran sólidos, permanentes. Si hacíamos una carrera, si estudiábamos. y en el deber ser: estudiantes primaba sobre todo, conseguiríamos movilidad ascendente. Subiríamos en la escala social, tendríamos un trabajo para toda la vida (aunque yo no puedo ser ejemplo de esto, pero aunque profesionalmente de momento me he mantenido como hilo conductor, sí que he cambiado varias veces de profesión). Teníamos mores que nos hacían recorrer un trayecto reconocible.
Pero hete aquí que de pronto esas fronteras han dejado de ser paredes altas y con muros gruesos, y ni siquiera son ya mojones. Simplemente no hay frontera muy reconocible e igual en todos y cada uno de los ámbitos de la vida, y en todo caso la frontera se adecúa a lo que quiere la persona como unidad. Hemos pasado del nosotros, al yo. Volvemos al «panta rei», en la vida todas las cosas fluyen, se desplazan, se desbordan, se filtran y gotean, siempre por un periodo de tiempo limitado y sin ocupar un espacio concreto y definido.
Esto por esto que el filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman adopta el concepto de “liquidez” como una alegoría de la naturaleza, que representa además una nueva fase de la historia humana. Todo lo que nos está pasando, y al mismo tiempo, lo que nos puede seguir pasando. ¿Y por qué la liquidez? Por que las “cosas líquidas” no se atan de ninguna forma al espacio ni al tiempo, son libres de fluir por donde quieran, pero siempre de manera momentánea.
El momento, la inmediatez es el signo de nuestro tiempo. Lo liquido es lo que nos va a impregnar todos y cada uno de nuestros instantes, todos y cada uno de nuestros roles. Tomemos por ejemplo el campo laboral: tenemos que ser flexibles y estar capacitados para cumplir diferentes funciones y movilizarse para enfrentarse a nuevos desafíos. Que os voy a decir a vosotros que vivís el mundo universitario, o el mundo escolar.
Un empleo ya no va a ser suficiente para crear una carrera profesional, es necesario experimentar distintas labores en diferentes puestos y compañías para poder aprender más y destacarse por sobre los demás. Hemos dado un paso más en la competitividad, estamos entrando en la era del individualismo, también determinante en el campo profesional. ¿Los equipos de trabajo? No tengo muy claro que se puedan mantener en los “tiempos líquidos”, porque la identidad personal será el santo y seña.
Hoy un compañero del mundo de las empresas del tercer sector que acababa de leer algo de Bauman para una ponencia me escribe y me preguntaba sobre esta frase que transcribo”: “Los cambios constantes y las exigencias cada vez más limitantes del mercado laboral atemorizan a los trabajadores, que no pueden seguir el ritmo vertiginoso de la Modernidad Líquida, quienes muchas veces quedan rezagados y no sirven como sujetos funcionales al sistema laboral actual”.
Mi contestación fue “siempre nos quedará la UTOPÍA”. Porque Bauman también dice: “La vida líquida es una sucesión de nuevos comienzos con breves e indoloros finales”. Y si ello es cierto el péndulo de la historia sigue su proceso.
No se si volverán, pero el sonido del carro del país era un sonido que vertebraba todo el territorio, incluso el de las siete provincias gallegas, pero esto, esto ya es otra historia.