Poco antes de este confinamiento estaba hablando con un cliente sobre su situación. Se encontraba en una fase de lo que yo denomino “noche negra”. Es ese momento en el que te dicen “yo ya no creo en nada”.
Os pongo en antecedentes. La persona que tenía frente a mi es un hombre de cuarenta y cinco años, profesional más bien exitoso y reconocido en la ciudad en la que vivimos los dos. Lo conocí hace tiempo cuando él y la que era entonces su mujer vinieron al mi despacho por realizar una mediación en su divorcio.
A partir de aquel momento, y a pesar de que la mediación no se concluyó con un acta de acuerdos, he tenido contactos con ellos dos, lógicamente por separado, a lo largo de mi trayectoria, sobre todo por algunos temas de acompañamiento personal.
Hacía más de tres años que con él no tenía contacto. En Enero volvimos a vernos y decidimos vernos por un tiempo limitado, en aquel momento habíamos pactado hasta junio, y un par de veces por mes.
Yo conocía por personas conocidas de nosotros dos, y por alguna charrada (tomándonos un café en un sitio que frecuentábamos), que se había reconstruido y que estaba en alguna Fundación de Caridad de la Iglesia Católica. En ella había conocido a una persona con la que quería rehacer su vida.
En el mes de Diciembre había tenido algunos desencuentros que le hicieron recordar su anterior ruptura, por lo que solicitó que le echara una mano, y así nos volvimos a encontrar en el mes de Enero.
Al cabo de cinco entrevistas, la última poco antes de este confinamiento, parecía que había podido volver a sentirse mejor y reconciliarse con la nueva pareja.
El otro día recibí un extenso email sobre las reflexiones que este confinamiento le estaba ayudando a hacer y cómo le está sirviendo para mejorar su actual relación de pareja, a pesar de que cada uno está en su casa. Quedamos para vernos en cuanto pasase todo esto.
Entre las manifestaciones hubo una que me llamó la atención. Me indicaba que le había puesto una bomba mental. La verdad que repasando las intervenciones no tenía muy claro a lo que se estaba refiriendo, si bien yo era consciente de los objetivos generales (atendiendo a su demanda) y las estrategias que había seguido.
Era la misma sensación que había, y que sigo teniendo, cuando alguien me dice: “cuando tu me dijiste”, “te acuerdas de aquello que hablamos”, … La verdad que muchas veces aquello que dije, no soy consciente de lo que dije, o me dicen lo que han escuchado de mis palabras y no me suenan a ser mías, o… Yo suelo achacar esto al lenguaje no verbal, a todo lo que conlleva el lenguaje no verbal.
En este caso y por ser muy reciente, le pregunté a este cliente que bomba mental le había puesto. Su respuesta fue breve y escueta.
- Te acuerdas cuando te dije que “ya no creía en nada” que me respondiste .
- “¿De verdad lo crees”?.
Te quedaste en silencio, me miraste y te sonreíste, y me dijiste que es “casi imposible vivir sin un sistema de creencias” y me nombraste un filosofo.
Hoy, esta reflexión, va por él y por todos los que piensan “es posible no creer en nada”. Si creen en esta creencia ya están creyendo en nada.