Llevamos dos días con un pleno de investidura, el del socialista Pedro Sánchez Castejón. En diversos momentos ha apelado a sentimientos e cuestiones identitarias.
En las redes sociales han salido muchos comentarios, de uno u otro lado, que pueden ser buenos ejemplos de los argumentos o falacias «ad hominem».
¿De qué estamos hablando?
Básicamente en contrargumentar no con otras ideas si no apelando por lo que somos; por nuestro físico, género, raza o personalidad, por nuestro obrar o por nuestras anteriores argumentaciones.
La falacia ad hominen, en lógica, da forma a ese tipo de recurso tan común donde alguien elige atacarnos no por los argumentos que expongamos o defendamos, sino por aquello que somos. El mensaje deja de importar para cobrar más importancia los otros aspectos fundamentalmente que tienen que ver con algo de nosotros mismos.
Ya lo que digamos va a carecer de toda relevancia, porque viene de nosotros, que somos unos falsos. Y lo mejor es cuando acaban con algo que tiene que ver con el diálogo y la moderación, por ejemplo: «parece mentira que salga de ti que siempre hablas de pactar y de mediación».
Claro que también podemos responder con un «tu también» (tu quoque). Con lo que acabaremos en una escalada que no va a llevar más allá de crear todavía más distancia entre las personas. Porque lo peor es que tienen un gran efecto, dañando a quien las recibe y dejando, normalmente, que el otro, o la otra, aparezca con cierta superioridad moral, pero que en realidad está haciendo un uso y abuso de estas falacias, que es lo único que son.
Y lo que de verdad desaparece es aquello de lo que se está tratando, por ello es importante separar a las personas de lo que dicen y centrarnos en lo que dicen para poder, de verdad, llegar a acuerdos.