En alguno de mis viajes en autobús cierro los ojos para poder relajarme, descansar o cambiar de una situación a otra, utilizo una técnica que comentaré en algún momento. El llevar los ojos cerrados hace que mucha gente se sienta menos incómoda, sobre todo si vas en los asientos de cuatro personas, a la hora de seguir o iniciar una conversación.
Esta semana me ha tocado ir con nueve adolescentes, todas chicas, cuatro en los asientos de al lado, tres conmigo y dos más detrás de mí. Llevaban ropa deportiva de uno de los equipos de un colegio concertado de esta ciudad. Por lo que pude entender se iban a enfrentar con las de otro colegio concertado. La rivalidad debía ser importante por los comentarios. Pero eso lo dejaré para otro día, que también es interesante.
La conversación a la que me voy a referir es la protagonizada por las tres chicas que estaban sentadas conmigo y las dos de atrás. Por lo que decían entiendo que había dos hermanas, una sentada a mi lado y otra en el asiento posterior.
Tengo que comenzar diciendo que “el co” no ha desaparecido. Ya os podéis imaginar en qué ciudad vivo. Pensaba que estaba más arraigado en los adolescentes con los que trabajo día a día, y resulta que sigue estando muy extendido.
Cada tres palabras un “co”, para enfatizar un “co”, para … “un co”.
¿Y la conversación?, la típica de los “viejos no me entienden”. No lo decían así, si no con un ¡no saben nada, co! ¡no tienen ni idea, co!, son ¡unos “plastas”, co!, y otras lindezas que no pienso repetir.
Es el ¡tu no me entiendes!, de toda la vida… El famoso estribillo común de todos los adolescentes del “mundo mundial”.
¡Padres del mundo entero, recordadlo!. Tenedlo en cuenta esto cuando os comuniquéis con vuestros hijos.
Bien, volviendo a la situación, llegó un momento en que tercié, me gusta hablar con la gentge. Al principio se quedaron sorprendidas. Me presenté y les dije que yo trabajaba con familias de adolescentes y una de mis labores es “tender puentes” entre padres e hijos, “ayudarles a que puedan comunicarse de otra manera”.
Les dije algo así como:
Es verdad, a veces tenéis más conocimientos o más información que vuestros padres, e incluso puede que sepáis más que ellos en algunas cosas. No sé cuál es la situación de vuestros padres, pero a lo mejor tuvieron que dejar la escuela, el instituto o la universidad para ponerse a trabajar, … o cualquier cosa. ¿les habéis preguntado? ¿conocéis la historia de vuestra familia?
Ojos como platos se les quedaron. Algunas no conocían, o no querían conocer, ni cuando era el cumpleaños de sus padres, …
Y para rematar cuando les dije que los padres no “lo saben todo y que tenéis que ayudarlos para que os entiendan”, la revolución, … Una me alegró el día me dijo que era “un viejo pero que por lo menos las había escuchado”.
Para los padres:
En vez de intentar continuamente demostrar que está equivocado, di algo así:
“Puede que no lo sepa (no lo entienda), pero me gustaría. Ayúdame a comprenderlo” o «enséñame como se hace» «dime como colaborar contigo», …
Recordad el punto 17 del Arte de la prudencia de Baltasar Gracián
Variar de estilo al actuar. No obrar siempre igual. Así se confunde a los demás, especialmente si son competidores. No hay que obrar siempre de primera intención, pues nos captarán la rutina y se anticiparán y frustrarán las acciones. Tampoco hay que actuar siempre de segunda intención, pues entenderán la treta cuando se repita.
Buen trabajo y buena escucha activa