Suelo intercambiar con mis clientes algunos textos de reflexión, cuentos, actividades, etc. Y de vez en cuando ellos también suelen devolverme algún regalo, algo nuevo para mi pequeño repositorio o bien algo que hemos trabajado pero que lo han hecho idea propia y reformulado.
En estos intercambios suelo experimentar la confianza que han depositado en mí para acompañarles un trecho en su caminar, cosa que agradezco normalmente en el acto. En este caso le pedí permiso para demorar el devolverle el regalo, al mismo tiempo que le decía que iba a utilizar lo que habiamos aprendido juntos para transformarlo en este comentario. Javier, nombre que pactamos ponerle él y yo, comenzó a reir «porque iba a ser famoso» y después de un rato me dijo que hacía casi un año que no reía con tantas ganas. La verdad que su historia, como la de muchos que llegan a mi consulta, es muy dolorosa y con mucha montaña rusa de intentos y fracasos, pero también de aciertos.
Bueno, a lo que íbamos, durante un tiempo estuvimos trabajando en, vamos a llamarlo así, mantener la confianza en sus habilidades, en aquellas cosas que en su momento hizo o rehizo y que de una u otra manera le mantenía unido a la esperanza de un futuro. Para ello le pedí que escribiese, primero tres, luego más adelante otras tres y por fin cuatro más, cosas que hace en este momento o que hizo en le pasado, comenzando por la siguiente frase:
«Yo soy aquel que …». al principio como estaba bloqueado, las dos primeras frases las hicimos juntos en consulta. Aprovechando que conocía parte de su historia, comenzamos con: «yo soy aquel que hace tortillas sin cebolla». Y bien buenas por cierto, porque cuando concluimos las sesiones me trajo una que nos comimos junto con mis compañeros de despacho, y él mismo, claro está.
En la segunda sesión vino sin ninguna frase escrita, había comenzado con Yo soy y ahí se había acabado. Después de hablar de las sensaciones que le producía el escribir, decidimos que lo siguiente sería poner un verbo, pero en futuro: «Yo soy aquel que haré una tortilla de patatas para mis nietos el sábado próximo». Al mismo tiempo le animé a que compartiese las frases con quien desease y que a estos les pidiese que le preguntaran cosas por esa decisión.
La cosa mejoró sobre todo con su familia más directa, con sus dos hijos con los que había mantenido ciertas disputas, y que le habían alejado también de sus nietos.
Pero lo que me impactó tuvo lugar en la última sesión, esa en la que nos comimos la tortilla. Traía una hoja con una única frase: «Yo soy aquel que va a hacer el árbol de la familia» (habíamos trabajado en un principio con su genograma), y como soy un mucho «pro activo», sin dejarle decir nada me puse a darle ánimos,… me lo agradeció y me dijo. «No, Luis, no me entiendes». «Voy a hacer el árbol de mi familia, con mi hermano». Me quedé sin palabras, llevaban casi treinta años sin hablarse. Ante mi gesto de asombro me habló de los cuentos que le había dado, del trabajo del «Yo soy aquel» y de lo que le había ayudado el Genograma, y que todo eso le había llevado a montar un pequeño blog y su hermano había llegado a él. Comenzaron a intercambiarse correos y que al final se habían reconciliado y estaban a punto de montar una «quedada» de todos los miembros con su apellido en el pueblo de origen.
Estas son las cosas que te van reconciliando con el ejercicio del acompañamiento.
Un pequeño aprendizaje: muchas veces no hay que buscar más allá de uno mismo y con su propias capacidades y habilidades ayudar a recontar algunas historias a tus clientes para que vuelvan a encontrarse con el rumbo. Ahora cuando utilizo el «yo soy aquel que» le pongo después un verbo de futuro.
«Yo soy aquel que seguirá contando historias con «miga»» o con migas que también son un buen servicio para la causa.