En algunas ocasiones me he encontrado con personas que se acercan a ser «el ombligo del mundo», todo lo que dices o haces parece que está echo o pensado para él o para ella.
Es el «efecto del centro del universo», en pocas palabras la creencia consistente en que los demás ponen más atención en nosotros mismos (apariencia y/o comportamiento) de lo que verdad (en realidad) sucede. Tendemos a vernos encima del escenario, siendo los únicos protagonistas de un monólogo, a veces insufrible. Sobrestimando, lógicamente, la atención que los demás nos dirigen.
Si unimos a este efecto con la «ilusión de transparencia», la sensación que nuestras emociones ocultas se revelan, y que son vistas con facilidad por los demás, tenemos un cóctel muy difícil de manejar. Nuestro yo y nuestros mundos sociales pueden, y lo hacen, entrar en colisión. Los resultados están servidos puesto que la motivación por uno mismo motiva el comportamiento social.
El famoso chiste de la persona que quiere solicitar un martillo a su vecino y cuando este le abre la puerta sonriente, le espeta: ¡Quédate con tu maldito martillo!, sin haberle pedido el «dichoso martillo».