Concepción Arenal

La miseria mental es moral e intelectual.

Miseria es, en todo, falta de lo necesario, y hay un necesario moral e intelectual, como físico. Cuando esta carencia se gradúa, cuando el hombre no tiene razón o conciencia, se dice que es un monstruo de maldad o que está loco; pero entre semejante situación extrema y la de la persona honrada y razonable hay tantos grados como median entre el que tiene en abundancia lo necesario y el que se muere de hambre. La locura es la muerte de la razón; la maldad sin remordimiento, la muerte de la conciencia; la falta de alimento prolongada, la muerte del cuerpo. La carencia en su grado máximo es rara, como lo son los dementes, los grandes criminales y los que se mueren de hambre; mas para que exista miseria, sea mental o material, no es necesario que mate.

Lo necesario moral es el cumplimiento del deber en su plenitud.

Lo necesario intelectual es el conocimiento del deber y del derecho, y de los medios de cumplir el primero y exigir el cumplimiento del segundo.

La situación del miserable, moralmente hablando, es tan grave, que no ya él, sino el filósofo moralista que le observa, duda muchas veces si ha faltado a sus deberes: porque en situaciones que los hacen tan difíciles que sólo pueden llenarse con esfuerzo heroico, ¿cómo exigir su cumplimiento? Y cuando no puede exigirse en absoluto; cuando no hay una regla fija, invariable; cuando el censor más severo tiene que hacer distingos y concesiones, ¿hasta dónde llegarán éstas? ¿Qué criterio habrá para determinarlas? Y si el que exige el deber vacila al señalar límites, ¿Cuáles marcará el que ha de cumplirlo? No se necesita reflexionar mucho sobre estas preguntas para comprender que, envuelven un grave problema para la conciencia y pueden significar un abismo para la virtud.

No hay duda que ciertos deberes positivos del miserable dependen de los grados de su miseria, Si no tiene pan, no puede mantener a sus hijos, ni cubrir su desnudez si carece de vestido, ni enseñarles si no sabe nada, ni darles ejemplo de palabras y acciones honestas, él, que ha aprendido a hablar entre blasfemias y obscenidades y crecido en la impudencia inevitable, que se contrae, como las escrófulas, en esas habitaciones donde viven y duermen hacinados niños y ancianos, hombres y mujeres.

Los deberes de todo padre, de alimentar a sus hijos, enseñarles y darles buen ejemplo, no lo son sino en cierta medida para el miserable, y hasta pueden dejarlo de ser absolutamente; para él, apenas existen más que deberes negativos: no robar, no matar, no hacer daño, abstenerse, y aun éstos sabe Dios la dificultad con que los cumplirá en ocasiones, el heroísmo que necesitará tal vez para cumplirlos, la disminución de responsabilidad y de culpa que tendrá si no los cumple: he aquí cientos, miles de criaturas mutiladas, moralmente hablando.
Se deplora, y con motivo, que haya masas que no tengan la plenitud de los derechos; pero hay otra cosa mucho más deplorable, y es, que haya hombres por millares que, sin ser malos ni estar locos, no tengan la plenitud de sus deberes. Esto es tan doloroso, tan grave, que los que no lo ven, o lo miran sin temor ni dolor, están muy lejos de mirar las cosas en razón y en conciencia.

Tomado del Capítulo XVII, «De la miseria moral». El pauperismo.

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