La diferencia entre un triunfador y los demás muchas veces reside en un pequeño esfuerzo extra. El ganador de una competencia suele aventajar a los que siguen por una mínima diferencia. Es cuestión de perseverancia, de no darse por vencido, de insistir cuando otros abandonan.
Necesito buscar la salida aprendiendo la lección de las raíces: siempre encuentran un camino para avanzar. Necesito fortalecer la fe y acrecentar la esperanza. Sólo puedo vencer estando seguro de mí mismo y de la ayuda infinita del Señor Supremo. Necesito altas dosis de entusiasmo si quiero vencer el desaliento y avanzar sin que las dudas me frenen.
Soy un triunfador cuando creo que muchos imposibles son posibles cuando pienso positivamente y actúo decididamente. Cuando escucho este consejo:
Levántate y vence tu flaqueza con el ánimo que triunfa en los combates.
La alegría es el arma más poderosa que contamos, pues destruye la tristeza totalmente.
Algunos piensan que ser alegre es gritar duro, o reirse fuertemente.
Y puede que sea cierto.
Sin embargo, la alegría es algo que nace adentro.
¿De qué vale estar riendose afuera, si adentro el alma está lastimada?
Hay que trabajar con la alegría en todos los momentos posibles. Es sinónimo de estar satisfecho, de ser donador.
Pero, si siento que no la tengo, la mejor forma es aprender a amarme profundamente.
Es reirme de mis propios errores, como hacen los niños, y de mis logros, pues el éxito es fuente total de felicidad.