Ayer, perdido entre sus callejuelas estrechas, paseando sobre sus desgastadas piedras, mientras escuchas el tinteneante ruido de los cientos de tacones sobre el empedrado.
Me dejo arrastrar por el murmullo de las conversaciones, las lenguas se confunden y apenas sientes algo de tu propia lengua, pero no te sientes un extranjero. Te sabes que has encontrado la estrella, el punto definitivo, el encuentro.
Y de pronto algo te saca del sopor y de la ensoñación: una conversación aparentemente trivial. Dos jóvenes conversando en dos lenguas romances: español e italiano. Ella española y él italiano. Comentaban que habían llegado a Compostela y venía a ver a «Santiago Matamoros». ¡Dios Mio!. La expresión de mi cara debió transformarse en cuestión de milésimas de segundo. Seguí, pegado a la pared, mientras mantenía mi oido en aquello que acaba de escuchar.
Las explicaciones, que se autoalimentaban, iban por esos derroteros. De pronto, no pudiendo más me volví y «amablemente les indiqué»:
- Estaban en Santiago de Compostela, Santiago, por el patrón de las Españas (así en plural).
- Compostela, por aquello del campus stellae, latin, dije, y los ojos de ambos experimentaron el asombro de lo que les estaba diciendo, me volví al italiano, y le dije aquello de latin igual a Roma, una sonrisa iluminó su cara.
- Santiago Matamoros, por la Batalla de Clavijo, con lo que el asombro se reflejó en el rostro de la Española, tuve que explicarle un pelin de nuestra historia.
- Y el grito de guerra que se oía en las campañas de los Tercios Españoles en Italia, era «sus y a ellos», «Santiago y cierra España». Sobre todo las campañas de Nápoles, le recordé… Napolitano él no pudo por menos que «sentirse un pelín orgulloso»…
Lo mejor, ambos eran estudiantes de los últimos cursos de Licenciatura de Historias. De la Universidad de la chica española, se me ha olvidado, por piedad… Pero lo mejor es que estudiasen algo de … «castellano» o español.
Rula, rula … ruliña