Amig@ caminante, me planteas la cuestión de hacer constantemente cosas, no estar parad@, yo recuerdo un comentario que me hizo una persona muy cercana: «nos hemos acostumbrado a una hiperactividad enfermiza por la que no podemos estar ni un segundo sin recibir los impulsos cerebrales».
Y me hablaba sobre todo de esos padres que necesitan que sus hijos hagan constantemente actividades, que no paren ni un segundo, para, a reglón seguido comentarme que no podemos comer sin la tele puesta, o ducharnos con la radio a toda pastilla, «amamos, conducimos, trabajamos, hacemos gimnasia, nos peleamos con la vecina, siempre con algún parloteo o música de fondo. Por eso, no resulta extraño que el aburrimiento sea el monstruo más temido de nuestros días».
Aunque amig@ caminante, el estar sin hacer nada no significa necesariamente aburrirse, existe otro tipo de vida sin hacer nada, aparentemente, en cambio el ligero roce con la piel de otr@ ser humano, tu propia satisfacción o perderse filosofando también es otra manera de hacer cosas…
Te paso un cuento que me ha llegado desde el otro lado del mar.
EL CORAZÓN DE LA SANDÍA
Cuando era chico, la sandía en Minnesota era una exquisitez. Un compañero de mi padre, Bernie, era un próspero mayorista de fruta y verduras que tenía un depósito en St. Paul.
Todos los veranos, cuando llegaban las primeras sandías, Bernie nos llamaba. Papá y yo íbamos al depósito de Bernie y tomábamos posiciones. Nos sentábamos en el borde del muelle, con los pies colgando, y nos inclinábamos, minimizando el volumen del jugo que estábamos a punto de derramarnos encima.
Bernie traía su machete, abría nuestra primera sandía, nos alcanzaba a ambos un gran pedazo y se sentaba junto a nosotros. Entonces enterrábamos la cara en la sandía, comíamos sólo el corazón – la parte más roja -, jugosa, firme, libre de semillas y perfecta – y tirábamos el resto.
Bernie era lo que mi padre consideraba un hombre rico. Siempre pensé que se debía a que era un hombre de negocios de mucho éxito. Años después, me di cuenta de que aquello que mi padre admiraba en la riqueza de Bernie era menos la sustancia que su aplicación. El sabía cuándo dejar de trabajar, reunirse con amigos y comer sólo el corazón de la sandía.
Lo que aprendí de Bernie es que ser rico es un estado de ánimo. Algunos de nosotros, al margen de cuánto dinero tengamos, «nunca» seremos lo bastante libres como para comer SÓLO EL CORAZÓN DE LA SANDÍA. Otros son ricos sin tener más que un cheque de sueldo por delante.
Si uno no se toma el tiempo para dejar que los pies cuelguen sobre el muelle y disfrutar de los pequeños placeres, su carrera probablemente será abrumadora.
Durante muchos años, me olvidé de esa lección que aprendí de chico en el muelle de carga. Estaba demasiado ocupado haciendo todo el dinero que podía.
Afortunadamente, la volví a aprender.
Hoy tengo tiempo para alegrarme con los éxitos de los demás y para disfrutar de cada día.
ESE ES EL CORAZÓN DE LA SANDÍA. He aprendido a arrojar el resto.
¡ Por fin soy rico !
Harvey Mackay
Rula, rula … ruliña