Amig@ caminante, estaba trabajando sobre un tema cuando he tenido que releer unas páginas del libro de Paul Watzlawick «el arte de amargarse la vida» y no me resisto a transcribirte una historia que cuenta.
Un hombre quiere colgar un cuadro.
El cuadro ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno, así pues, nuestro hombre decide pedirle al vecino que le preste el martillo, pero le asalta una duda:
Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Bah, quizás tenía prisa, pero quizás la prisa no era más que un pretexto. El hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? ¡Yo no he dicho nada! Algo se le habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría en seguida… ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? ¡Es que tipos como éste le amargan a uno la vida! ¿Y luego, todavía se imagina que dependo de él! ¡Sólo porque tiene un martillo! ¡Esto ya es el colmo!
Así, nuestro hombre sale precipitado hacia la casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y antes de que el vecino tenga tiempo de decir «Buenos días», nuestro hombre le grita furioso: «¡Quédese usted con su martillo, idiota!».
Bueno simplemente se comenta por si solo. El poder de nuestros pensamientos, la «bola de cristal» sobre lo que pensamos que otros piensan, el «ideal social o personal», ser el número diez … lo que tu deseas… ¡cuánto nos amarga la vida!.
Ya sabes amig@ caminante.
Rula, rula, … ruliña