Un desahogo
A veces, amig@ caminante, es bueno un desahogo en el camino. ¿el mio?, pues uno de mis temas recurrentes es San Agustín, ¿qué quien fue este? ¿cuál es su presencia?… Hace tiempo rehice algo que encontré por ahí.
SAN AGUSTÍN
Nació en el 354 en Tagaste, en el África romana. Era hijo de un pequeño propietario pagano y de madre cristiana, la futura Santa Mónica. A los 19 años se inició en el maniqueísmo, la doctrina que defiende el principio del bien y del mal. Posteriormente se unió al escepticismo.

Cuando se especializó en gramática y retórica, ejerció de profesor en su ciudad, después en Cartago y más tarde abrió una escuela en Roma. Ese mismo año (383) empezó a leer obras de Plotino.

En el 387, después de escuchar diferentes sermones de San Ambrosio en la catedral de Milán, se convirtió al cristianismo y fue bautizado. Más adelante fue sacerdote y luego obispo de Hipona.

Murió en el año 430, cuando los vándalos asediaron la ciudad de Hipona.

  • RAZÓN Y FÉ

San Agustín se preguntó como podía el ser humano llegar a conocer las verdades más profundas. Primero se inició en el maniqueísmo, pero no se dio por satisfecho. Mas tarde el escepticismo, pero después consideró que este se autosupera, pues quien duda, al menos sabe que duda, es decir, que tiene que existir un yo que dude.

Cuando ya era cristiano, seguía reflexionando sobre los límites del conocimiento humano. Creía que se podía acceder a un conocimiento sensible, de nivel inferior, sobre las cosas del mundo. Pero, ¿cómo llegamos a las realidades fundamentales? ¿Exigen una facultad intelectual de nivel superior o es suficiente la fé del creyente para alcanzarlas?

San Agustín es un creyente que piensa, que hace filosofía, cuyo objetivo es la comprensión de la verdad cristiana. Reconoce que la razón y la fé pertenecen a ámbitos diferentes, pero las dos contribuyen a alcanzar el gran objetivo del hombre, la verdad divina.

La razón ayuda al hombre a obtener la fé y no es incompatible con ella, «Intellige ut credas», entiende para creer. La fé orienta y guía a la razón, «Crede ut intelligas», cree para entender. Considera que el camino de la fé es la vía más segura, donde inteligencia y fé confluyen en el amor a la Verdad.

Para San Agustín, el cristiano que piensa y el filósofo creyente son inseparables. El hombre íntegro desea encontrar la Verdad y amarla de todo corazón.

El camino hacia el conocimiento superior se inicia con la experiencia interior o autoconciencia. En el interior de uno mismo es donde se encuentran la verdad y la máxima realidad, Dios.

Mediante este proceso de mirar al interior, el ser humano puede conocer las más elevadas verdades, aunque sólo es posible si recibe una iluminación divina. Esta es imprescindible para acceder al conocimiento más alto, necesario para que el alma se sienta satisfecha. Así, el amor mueve el alma hacia las verdades eternas.

  • DIOS Y EL MUNDO

Todas las cosas del mundo tienen sus ideas ejemplares en Dios (sentido platónico). A partir de estas ideas ha sido creado el mundo. San Agustín quiere unir la cultura indoeuropea según la cuál el mundo es eterno, con la judía, que dice que es creado.

Para San Agustín, las ideas ejemplares son eternas, pero el mundo material ha sido creado.

La visión de la realidad tiene un orden jerárquico. En lo más alto está Dios, causa de todo, después las almas, que no ocupan espacio pero sí tiempo, y por último, en el nivel más inferior, los cuerpos y todas las cosas materiales.

Pero aquí faltaría el mal. Surge un problema, ¿Dios es también el creador del mal existente en el mundo?. San Agustín, influenciado por Plotino, dice que el mal no es ser, y como sólo el ser ha sido creado por Dios, el mal no proviene de Dios.

Junto con la creación material del mundo se creó el tiempo. Antes de la creación no había tiempo, sólo el Dios eterno. Para San Agustín, ni el pasado ni el futuro existen, solo el presente, ya que el pasado solo existe en el presente que lo recuerda, y el futuro, sólo en el presente de quien lo imagina.

  • VISIÓN DEL SER HUMANO

Para entender el ser humano, San Agustín sigue el modelo dualista platónico: el hombre es un alma inmortal en un cuerpo mortal. Esta alma no ha existido eternamente, sino que ha sido creada por Dios. Como herencia del pecado original, el alma está dominada por el cuerpo.

A causa de esto el hombre siempre tiende a hacer el mal. Para salvarse, necesita la gracia divina.San Agustín compara el alma con la santísima trinidad: Dios padre, hijo y Espíritu Santo. El alma es inteligente, quiere y recuerda.

Otro tema que trata San Agustín es el de la libertad. El cristianismo habla de un premio o castigo en el más allá, pero para esto el hombre tiene que ser responsable de su actuación.

El filósofo habla de la libertad en su libro «De libero arbitrio». Distingue entre libertas y liberum arbitrium:

  • Libertas o máxima libertad: anhelo de amar el supremo bien y ser feliz. Dios es el bien supremo, con él, el hombre lo tiene todo y alcanza la felicidad. Cuando el hombre ama a Dios hace uso pleno de su libertad.
  • Liberum arbitrium o libre albedrío: capacidad de decidir libremente. Esta capacidad es frágil, como consecuencia del pecado original. Con la gracia divina, el libre albedrío se transforma en libertas.

El libre albedrío es la posibilidad de elegir voluntariamente el bien o el mal, opción que tiende siempre hacia el polo negativo. Como consecuencia del pecado original y por estar el hombre sujeto al dominio del cuerpo, es difícil que elija dejar de pecar. Por ello, sólo la libertad, entendida como una gracia divina que nos empuja a hacer exclusivamente el bien (posse non peccare), puede redimirlo de su condición y hacerlo merecedor y capaz de buenas obras.

La fe misma es también producto de la gracia divina y no depende del libre albedrío.Ahora bien, la posibilidad de elección no es, para Agustín un asunto exclusivo de la voluntad. También el amor impulsa a la virtud y a acatar el orden divino y es el origen de toda una concepción lineal de la historia.

  • LA CIUDAD DE DIOS

En una de sus más importantes obras, De civitate Dei (La ciudad de Dios), escrita entre los años 413 y 426, Agustín toma el amor como punto de partida de una interpretación cristiana de la historia que tendrá enorme repercusión en los siglos venideros:

  • “Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial”. (La ciudad de Dios, XVII, 115).

El acontecer histórico está determinado por el designio de Dios, que ordenó el curso de los tiempos y que se desarrolla como una lucha entre dos géneros distintos de sociedad (simbolizados por dos ciudades, Roma y Jerusalén): la de los que viven según la carne, paganos y amantes de sí mismos y la de los que viven según el espíritu, cristianos y amantes de Dios.

Ambas ciudades subsisten y se dan juntas en el mismo devenir histórico, pero sólo la ciudad de Dios, como ideal y fin (télos) de la historia, conseguirá triunfar e imponer la paz perpetua. Roma sucumbió a causa de su paganismo y alejamiento de Dios.

La historia tiene una dirección (lineal y no circular) y un sentido: el juicio final, el fin del mundo entendido como llegada y realización de la ciudad de los justos, la ciudad de Dios.

Y ahora dos frases suyas:

  • Noli foras ire, in te ipsum reddi; in interiore homine habitat veritas (No vayas fuera, busca en tu interior; en el interior del hombre habita la verdad)
  • Nec ego ipse capio totum quod sum (Ni yo mismo comprendo todo lo que soy).

Rula, rula, … ruliña

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