Sobre el camino (4ª Parte)
Volvamos a nuestro recorrido de caminantes y parémonos en una entrada o en una, no nos detengamos mucho, sino queremos, y entonces nos planteamos, o debemos plantearnos, un pequeño respiro.
Y dejamos aflorar nuestros pensamientos y que estos se introduzcan en nuestra mente y en nuestro espíritu y puede que entonces el miedo a todo lo que acontece se nos imponga, se nos meta tan a dentro que nuestros músculos queden paralizados por el terror a enfrentarnos a nosotros mismos, por el miedo escénico a ser nosotros en cada una de las situaciones que el camino nos pone delante.
Y queremos avanzar pero el terror nos ha paralizado de tal manera que no permita que ni un solo músculo responda al mandato de nuestra mente o que lo haga de tal forma autonomamente pero que no realice aquellas funciones que desearíamos que se hiciese, ¿y entonces el miedo se autoretroalimentado? si, nuestro miedo engendra miedo, nuestra parálisis sigue siendo cada instante mayor. Y nuestros pensamientos aparecen casi una prolongación de nuestro miedo.
¿Cómo vencerlo? Una buena práctica es reirse de uno mismo. La risa lo combate casi todo. Y como decía el gran Eugenio «¿Saben aquel … que decía … mamá, mamá?
- Mamá, mamá, en el colegio me llaman antipática.
Perdona, hija, no te oigo…
¡NO REPITO!
- Mamá, mamá, ¿las peras son transparentes?
-No, hijo mío.
-Entonces compré un kilo de bombillas.
- Mamá, mamá, en el colegio me llaman “bocagrande”
-Anda, niño, calla y tráete la pala que te voy a dar el yogurt.
- La madre enojada, le dice a la hija:
-Enciérrate en el cuarto y tráeme la llave.
Bueno, un poco de diversión tampoco puede hacernos mal en esta batalla diaria…
Porque si solo nos dejamos regir por nuestra parte racional nos perdemos un montón de detalles, de vida, de experiencias que nuestro cuerpo y nuestra alma reclaman. La parte espiritual nos pide, muchas veces, que alguien simplemente nos mire, nos toque el brazo, nos agarre de él, nos coja la mano entre las suyas, o nuestros dedos se entrelacen o… tantas cosas que podemos perdernos si dejamos que voces lejanas invadan nuestro ser y nuestras propias voces, nuestras necesidades, se hagan presentes y podamos pedirlas, aunque sea susurrando a un otro que está dispuesto para el camino, pero que tiene miedo a hacer nada en contra de nuestra voluntad.
Y perdemos un tiempo precioso porque eso va a dejar una huella para siempre.
Cada vez que dejamos de pedir «una pelusa» dejamos que «la bruja mala de nuestros pensamientos negativos» nos hundan más y más.
El cuento de las pelusa, el cuento de las pelusas…
Rula, rula … ruliña